¡Por Dios, os doy mi palabra de honor,
viéndoos de frente a la palestra,
de no haber figura como la vuestra
en todo el orbe alrededor!
¡Voto a tal, que sois mi valedor,
como empuño oro y sangre a la diestra,
envainando a la discreta siniestra
la gorguera del alma en su albor!
Encarnáis al hidalgo castellano
de solar conocido coro a coro,
sobrio, elegante, distante y cercano.
Sois el vivo retrato del decoro,
de la oscura tradición del temprano
al más grande español del Siglo de Oro.
Retrata Don Diego al pueblo español
en la villa de Madrid, en la sala
Príncipe del Alcázar nos regala
a su paleta y a la luz del sol
la especie humana en su crisol,
mientras la infanta enana se iguala
con el bufón y el mastín a escala,
y las dos doncellas en su arrebol
muestran en silencio la maestría,
que guarda el ama con real pudor,
debajo del mito y la alegoría;
pues en este lienzo atronador,
si no el reflejo de la monarquía,
la llave la tiene el espectador.
En el taller de José el carpintero,
su esposa María con buen palmito
mira a su hijo Jesús pequeñito
mientras devana lana con esmero.
En el amor del hogar verdadero,
jugando alegre con el perrito
empuña el niño un pajarito,
símbolo y presagio de buen agüero.
¡Qué bonito que canta la caladre,
cómo ameniza, con qué regocijo!
¡Qué encantada disfruta la madre
con el ladrido infantil del canijo!
¡Y qué joven y guapo y apuesto el padre
y cómo se le parece a su hijo!
En la conocida Quinta del Sordo,
donde el revoco en la pared se apoya
pintó Don Francisco de buena boya
sobre los muros secos de a bordo.
Navegando al luciente zamordo*,
de entre las Pinturas Negras de Goya
el «perro a medias» a la luz aboya
sobre el lienzo enmarcado en el transbordo.
En la soledad del ocre entreoscuro,
luchando contra la corriente no
pudo, ni puede ni podrá seguro
vencer la libertad extrema a lo
bello en su enigmático conjuro.
«Compañía de dos, mi perro y yo.»
Zamordo*: Cabezón, porfiado, duro de oído.
Enjaezado de espuela a cimera,
el caballo de batalla exhala
no, sino el alba, su corveta en ala,
su muy devota armadura guerrera,
y el Toisón de Oro que a la Orden venera:
Pretium laborum non vile, «No es mala
recompensa por el trabajo», en gala
a la grandeza del pueblo que impera.
El que con Dios habla en español
y a su caballo reza en alemán
y a hombres y mujeres en su crisol
les habla de paz en romance tan
francés como italiano en su arrebol
morado por la gloria de su afán.
En gris el orbe abierto o cerrado
en la palabra de Dios al derecho:
«Él mismo lo dijo, y todo fue hecho»;
«Él lo ordenó, y todo fue creado»…
Con Adán y Eva en el Edén soñado
y el árbol de la vida satisfecho
por la fuente que conoce en su lecho
el bien, el mal, la virtud y el pecado.
En el Jardín desnudo y lujurioso,
como irracional y moralizante,
tan en exceso animal y pasmoso.
Al infierno onírico y aberrante,
como satírico y misterioso,
tan imaginario y fascinante.
Hijas de Zeus y la oceánide diosa
Eurínome, la paloma naciente
que puso el huevo de lo existente,
las tres cárites a cuál más graciosa,
al servicio de Afrodita amorosa:
la bella Aglaya, resplandeciente,
la venturosa Talia, floreciente,
y la alegre Eufrósine, gozosa.
En corro junto a la fuente fluyente,
entre el paisaje boscoso y cerval,
bajo un velo de agua transparente:
La fértil naturaleza sensual
en la carne mórbida y turgente
de la virginidad pura e inmortal.